120 Años del ACA en las rutas argentinas

120 Años del ACA en las rutas argentinas

En los años ’70, salir a las rutas para recorrer la Argentina era toda una aventura. Sin embargo, a principios del siglo XX, había nacido en Buenos Aires el Automóvil Club Argentino para asistir a los automovilistas.

En lo estrictamente personal, pocas instituciones locales me generan tanta identidad nacional como la del Automóvil Club Argentino. Allí donde fuéramos de viaje con mi familia en esas épocas sin Google Maps, siempre había “salvadoras” instalaciones del ACA ya sea para cargar nafta, para ir a un baño (digno), para comer y hasta para hospedarse. O… ¿No habrá sido al revés? ¿No habrá sido que mis viejos elegían solamente destinos en los que sí o sí estuviera presente el ACA?  Voy por esto último. Se lo preguntaré a mi papá que, por otra parte, hace años es socio vitalicio.

Además, el ACA nos proporcionaba la hoja de ruta propiamente dicha: una cartografía estupenda por regiones o provincias, sumamente clara y completa y una serie de guías turísticas que íbamos leyendo (o escuchando leer a mi mamá) conforme se movía el cuentakilómetros y el espíritu viajero.

Pioneros de una pasión

Cuando todavía proliferaban por las calles porteñas los carruajes tirados por caballos, un puñado de jóvenes entusiastas liderados por Dalmiro Varela Castex (nieto de Florencio Varela) ideó la creación de una entidad sin fines de lucro que fuera pionera en el automovilismo deportivo. Esta actividad era aún inexistente por estas latitudes en las que circulaban apenas unas pocas centenas de vehículos particulares registrados más algunas unidades de alquiler y contados camioncitos.

En 1904, en plana segunda presidencia del General Julio A. Roca, fundaron el Automóvil Club Argentino inspirados por lo que venía sucediendo en Bélgica, Francia e Inglaterra a partir de la explosión de la industria automotriz. La flamante agrupación  se dio cita en un pequeño edificio de Rodríguez Peña 178.

Fue el propio Dalmiro el que había introducido en el país el primer vehículo a vapor en 1886: un triciclo de Dion Bouton. Para su funcionamiento en la ciudad de Buenos Aires, debió adquirir una chapa patente que llevó el número 1 con la leyenda “Dirección de Tráfico Público – Municipalidad de la Capital”. Años después, al triciclo le siguieron un Daimler alemán y otros tantos, cada vez más sofisticados.

Dicen que hasta el propio Roca un día le pidió: “Dalmirito, vamos a dar un paseo”. Y el paseo fue a pura adrenalina, sobre todo en la barranca de Av. Brasil junto al Parque Lezama, en la cual los frenos del vehículo no respondían y el rodado patinaba y rebotaba contra los cordones.

Rutas argentinas hasta el fin

Por entonces, la precariedad de los caminos argentinos era total. En tiempos en que la Dirección Nacional de Vialidad aún no existía (surgió recién en 1933), fue el ACA el encargado de instalar y/o cuidar la señalización en rutas y de confeccionar los mapas carreteros. Se dotó, para ello, de una Oficina Técnica Topográfica de primer nivel.

Mientras tanto, unos cuantos importadores, traían crecientes oleadas de autos en una movida que cambiaría para siempre el modo de trasladarse por las ciudades y por los territorios. La masividad del transporte en ferrocarril pasó a la novedosa vida sobre cuatro ruedas. A ellos, los importadores, se les exigía que aportaran un porcentaje de sus ganancias para el mantenimiento y construcción de rutas.

Alianzas que funcionan

Pero llegó el año 1936 y con él un convenio en el que todos ganaban. Los autos eran cada vez más accesibles para las clases medias y altas. La demanda de combustible fósil crecía exponencialmente, así como los productos y servicios asociados al transporte automotor. El horizonte, para todos, se iba ubicando cada vez más lejos y eso suponía expandirse.

La empresa estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) quería contar con más bocas de expendio. El ACA quería instalar más estaciones de servicio e infraestructura de turismo en todo el país. “Alcoyana-Alcoyana”. YPF aportaría fondos para que el ACA construyera sus obras y, a cambio, el ACA se comprometía a vender exclusivamente combustibles y lubricantes de la empresa estatal. Un eslogan rezaba: “YPF hace patria, YPF hace caminos”.

Preparados, listos, ¡ya!

El ACA lanzó un concurso para llevar a cabo ese ambicioso plan de expansión que suponía la construcción de noventa estaciones de servicio en todo el ámbito nacional. El mismo fue ganado por el ingeniero y arquitecto platense Antonio Vilar, exponente local del incipiente Movimiento Moderno.

Con una inteligencia sagaz y práctica, Vilar se valió de dos tipologías (y de estilos) de edificios para las sedes y/o estaciones de servicio. Para aquellos ubicados en grandes ciudades y capitales de provincia, utilizó el estilo Racionalista. Elegía terrenos en esquina (para facilitar la entrada y salida de vehículos por ambas arterias) y los dotaba de un diseño neto, de volúmenes puros, blancos y muy funcionales. En cambio, para los proyectos ubicados sobre carreteras o en localidades más pequeñas, se valió de un “pintoresquismo” (tradición más modernidad), en el cual utilizaba materiales propios del lugar y resoluciones específicas según la topografía y el clima de la región en cuestión (techos inclinados, revestimientos en piedra local o madera, uso de tejas coloniales, etc).

Si imagináramos un mapa animado de la Argentina de ese momento, el mismo se vería como con lucecitas navideñas encendiéndose a velocidad constante con la imagen de los típicos muñequitos del ACA (cuyo diseño gráfico también creó Vilar y su gente) derramándose a lo largo y ancho del país.

Como en la época de los fortines de avanzada, la presencia del ACA traía consigo una nueva manera de apropiarse del territorio; un territorio que se convertía ahora en menos inhóspito y más receptivo para esos nuevos actores sociales: los turistas.

Dijo el propio Vilar: “Gracias a la hermosa misión que el ACA me ha confiado, he visto mucha patria en largos y azarosos viajes desde La Quiaca hasta la Patagonia, ya que se han requerido algunas vueltas por esos caminos de Dios para inspeccionar en cinco años las noventa estaciones hechas”.

Un palacio moderno en Avenida Libertador

Un dato: en 1932 el país contaba con 2000 km de caminos transitables en forma permanente. En 1944, esa cifra había subido a 30.000 km. El ACA, además de haber sido clave para la expansión de la red vial fue, con el tiempo, incorporando otros servicios fundamentales para el sector: educación vial, asistencia al viajero, auxilio mecánico, seguros, escuela de conducción, tramitaciones varias, publicaciones (por ejemplo, la revista Autoclub comenzó a salir en 1961).

Pero hacia 1940 no contaba con una sede central “como la gente” para lo cual se le encomendó al mismo Vilar, por obvias razones, su diseño y construcción. Para esta empresa Vilar se asoció con varios arquitectos -racionalistas-, entre los que encontramos a Bunge, Sánchez, Lagos, de la Torre, autores del renombrado Kavanagh, entre otros.

Se trata de un edificio ubicado en la manzana comprendida por Av. Libertador, Tagle, Pagano y Pereyra Lucena. Está compuesto de dos partes muy bien diferenciadas. El cuerpo principal es un prisma rectangular revestido en piedra Dolomita color ocre que da sobre la avenida, con planta baja en doble altura, once pisos, un retraqueo volumétrico en el remate y enormes aberturas moduladas en franjas verticales. Alberga funciones administrativas, sociales, un museo abierto al público y una biblioteca. El cuerpo posterior está conformado por un hemiciclo muy aventanado revestido en ladrillo refractario y contiene, básicamente, instalaciones de servicio mecánico, surtidores y estacionamiento.

“El ACA te conviene, porque está en todos lados”

Juraría que en la Revista Autoclub había una sección destinada a los “niños tuercas” que incluía juegos y acertijos, todos relacionados con los autos y los viajes carreteros. Yo la amaba. Pero en un repaso de varias ediciones viejas no la pude encontrar. La memoria juega, a veces, malas pasadas.

Porque en los tiempos durante el año en que no viajábamos por las rutas, podíamos pispear un poquito del gran lienzo cultural, geográfico y paisajístico que reúne nuestro país mayormente a través de esta revista mensual que esperábamos en casa con ansiedad. Su lectura y el recorrido por las fotos de lugares recónditos funcionaban como fuertísimos estímulos para, cuando llegaran las vacaciones, ir a lanzarnos con toda nuestra carrocería a acariciarlos con nuestros propios ojos. En gran medida, el ACA nos había dado las llaves para hacerlo.

Con inmensa gratitud por haberme enseñado a amar más a la Argentina a través de los viajes ¡Feliz 120º aniversario, Automóvil Club Argentino!

Más info en aca.org.ar

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