3 empanadas…

3 empanadas…

Un penal inmortalizado por un motín sangriento, un intento de fuga, 9 días de toma y empanadas de carne humana.

Tres empanadas o algunas más, hechas de carne humana, son las que comieron algunos protagonistas de esta historia. Una historia aberrante que no nos podemos imaginar ni en la peor película de terror.

Se trata del intento de fuga más sangriento de la historia argentina. El de la Unidad 2, o Penal de Sierra Chica (cerca de Olavarría), en Semana Santa de 1996. Ese en el que aún hoy está alojado Carlos Robledo Puch.

Sierra Chica parecía un penal de máxima seguridad. Digo «parecía» porque los presos sabían que esa Semana Santa, como tantas otras, la guardia estaría más relajada. Suena raro, entonces, que en 138 años solo se haya escapado un preso.

El motín

El sábado al mediodía, Marcelo Brandán Juarez y sus 13 cómplices iniciaron una pelea contra la banda de Agapito Lencina. Como pantalla del intento de escape.

En medio de la revuelta, intentaron ganar la calle, pero los guardias mataron a un reo. Con lo que quedaron doce: «Los 12 apóstoles». Que se replegaron en los pabellones, en donde la batalla era campal. Para ese momento, la mayor parte de la banda de Lencina ya había sido liquidada por la de Brandán Juarez, a tiros y machetazos.

La empanadas

En esta parte es donde hacen la entrada las tres empanadas. Los amotinados, al mando de Brandán Juarez, tomaron dos guardias de rehenes. Algunos presos no quisieron sumarse y se atrincheraron. Otros se cobraron viejas deudas entre ellos, en el recinto reinaba la violencia y el descontrol. Cada uno hacía lo que le parecía, los menos se escondían en los pabellones de evangelistas a la espera de que todo terminara. Tuvieron que esperar nueve días que fue lo que duró el motín.

En alguno de los pabellones, los de Brandán mutilaron a los de Lencina, rellenaron tapas de empanadas con sus pedazos y las cocinaron en uno horno de los hornos de la panadería. No sin antes jugar a la pelota con la cabeza de Lencina. Luego repartieron las empanadas entre presos y rehenes, sin avisarles, esperando que terminaran el bocado para contarlo entre risas. Algunos rehenes pensaban que era un chiste, otros empezaron a asquearse ante la posibilidad de que fuera cierto.

La pobre jueza de la causa

La jueza María de las Mercedes Malere y su secretario llegaron desde el juzgado para negociar. Lo primero que les dijo la jueza fue “ no saben el cagadón que se están mandando”. Terminaron como rehenes, obvio. Quizá antes de la barbarie los pudo convencer de que liberaran rehenes. Porque eso fue lo que empezaron a hacer, con el correr de los días. En los que la violencia interna y las demandas solo pueden explicarse en lo drogados que estaban los presos. «Pajarito» era el elixir utilizado: levadura fermentada, cáscaras de fruta y agua hirviendo. Fueron días de negociaciones, locura y empanadas . Los dos guardiacárceles y los magistrados quedaron para el final de los liberados. Se rindieron el domingo de la siguiente semana, porque querian quedar en la historia como los artífices del motín más largo de la historia.

El final

En febrero de 2000 se realizó el juicio, en el penal de Melchor Romero. A 200 metros de la sala, se dispusieron 3 celdas para «Los 12 apóstoles» y unos cuantos presos más, que participaron en otras peleas. Ellos lo siguieron por circuito cerrado de televisión. Fue la primera vez que se realizó un juicio así y terminó con perpetuas y penas de hasta 14 años para los acusados. Algunos están libres. La mayoría, aún siguen presos. Algunos murieron.

Los 12 apóstoles

Los llamaron así porque quedaron 12 y porque justo fue en Semana Santa. Sus nombres: Maorcelo Brandán Juárez, Miguel Ángel Acevedo, Jorge Alberto Pedraza, Carlos Gorosito Ibáñez, Marcelo González Pérez, Jaime Pérez Sosa, Víctor Esquivel, Oscar Olivera Sánchez, Carlos Villalba Mazzey, Héctor Cóccaro Retamar, Marcelo Vilaseco Quiroga y Héctor Galarza. Los nombres que inmortalizaron a una unidad carcelaria. Y a las empanadas.